lunes, julio 17, 2006

Cuando el cerebro empieza a morir

Enfermedad cerebrovascular, apoplejía, ataque al cerebro, son nombres que se le dan a dos actos que aunque diferentes, resultan en una misma cosa: la muerte de las células del cerebro. Un ataque al cerebro ocurre cuando se “obstruye” o se “rompe” uno de los vasos sanguíneos que suministran oxígeno y nutrientes al cerebro. Cuando esto ocurre, una parte del cerebro no recibe sangre, y por consiguiente tampoco recibe oxígeno, lo que hace que las células del cerebro comiencen a morir.

Aunque el cerebro representa sólo 2 por ciento del peso corporal total, consume 17 por ciento del gasto cardiaco y 20 por ciento del oxígeno utilizado por el cuerpo. El flujo sanguíneo cerebral normal es de 50 ml/100g de tejido cerebral/min., lo cual quiere decir que un cerebro de peso promedio tiene un flujo sanguíneo cercano a 750 ml/min. Si el flujo sanguíneo llegara a disminuir hasta 10 ml/mg de tejido cerebral/minuto se produce acidez por falta de oxígeno, y las demás condiciones tóxicas que se generan en las células del cerebro debido a la misma situación serían irreversibles, lo que las llevaría a la muerte.

Aunque existen avances modernos en la tecnología de las imágenes neurológicas por medios no invasivos, la evaluación clínica de la persona afectada por un ataque cerebral es más importante como nunca antes. Esto es debido a que hoy en día se cuenta con la posibilidad de utilizar intervenciones muy sofisticadas en el tratamiento de la apoplejía y en la prevención de un segundo ataque. El éxito de estas intervenciones dependerá de qué tan a tiempo la persona reciba el tratamiento oportuno.

La evaluación rápida de una persona con síntomas neurológicos comienza antes de llegar al hospital. La efectividad del tratamiento para evitar daños mayores en el área afectada del cerebro dependerá de que ésta pueda llevarse a cabo en las primeras horas después del ataque. El reconocimiento temprano de los síntomas y signos de un ataque al cerebro evitará demoras innecesarias en el tratamiento.

Si una región del cerebro muere por falta de flujo sanguíneo, la parte del cuerpo controlada por esa región se ve afectada también. Cuando está ocurriendo un posible ataque cerebral debemos enfocarnos en tres signos primordiales, aunque pueden ocurrir muchos otros dependiendo de la gravedad del acto; la debilidad o parálisis ligera de la cara, la desviación o el arrastre del brazo y la anormalidad en el habla. Estos son tres signos que pueden variar en gravedad uno del otro, pero todos reflejan un posible daño cerebral.

El bloqueo de una arteria por un coágulo causa un ataque cerebral isquémico (detención de la sangre). Se le identifica como infarto cuando el área afectada se priva súbitamente de la circulación sanguínea por obstrucción de vasos arteriales o venosos acompañada del conjunto de fenómenos morbosos consecutivos a esta obstrucción. La isquemia inicia un proceso inflamatorio, aumenta la permeabilidad microvascular (genera edema) y produce hemorragia en el área afectada, además del daño directo en las células por falta de oxígeno.

Los ataques isquémicos pueden ser transitorios, y éstos ocurren cuando un coágulo de sangre bloquea temporalmente una arteria, haciendo que una parte del cerebro no reciba un suministro suficiente de sangre. Las señales de aviso son iguales que las de un atque cerebral. La mayoría de los episodios de isquemia transitoria resuelve en menos de 24 horas. Este tipo de isquemia ocurre también en la retina y se le conoce como “ceguera monocular transitoria”; puede durar tan poco como 10 segundos.

La mayor parte de episodios de isquemia cerebral transitoria es producida por material embólico procedentes de placas localizadas en la vasculatura extracraneana –carotídea y vertebrobasilar– o del corazón. El pronóstico de una persona con accidente isquémico transitorio empeora cuando hay estenosis (estrechez patológica) carotídea (arterias del cuello) de más del 70 por ciento. Estas placas o arterotas son producto del proceso arteriosclerótico periférico e intracraneal. Los factores de riesgo para la arteriosclerosis intracraneal son similares a los de la enfermedad arterial coronaria, que incluyen diabetes, hipertensión, fumar cigarrillos, aumento del colesterol malo (LDL-C) y disminución del colesterol bueno (HDL-C), y aumento en los niveles de triglicérido.

La fibrilación auricular eleva el riesgo de ataques al cerebro, porque las aurículas (o cámaras superiores) del corazón palpitan en vez de latir normalmente. Esta irregularidad permite la acumulación y coagulación de sangre. Si un coágulo se desprende, entra al flujo sanguíneo, y finalmente se deposita en una arteria que conduce al cerebro; el resultado es un infarto. Otras enfermedades del corazón elevan el riesgo de ataques cerebrales.

En una revisión de metaanálisis el doctor Reynolds y colaboradores, concluyeron que el consumo excesivo de alcohol aumenta el riesgo relativo de un ataque al cerebro mientras que el consumo moderado podría proteger contra un ataque isquémico. Por moderado se entiende menos de 12g/día (un trago), y por excesivo más de 60g/día (5 tragos) (JAMA Vol. 289, No. 5).

El consumo excesivo de alcohol eleva la presión arterial, induce a desordenes en la coagulación y reduce el flujo sanguíneo del cerebro, lo cual hace que se incremente el riesgo de un ataque cerebral. El efecto anticoagulante del alcohol, aunque pareciera ser benéfico para reducir el riesgo de un ataque isquémico, podría jugar un papel primordial en el aumento del riesgo de un ataque cerebral hemorrágico.

Los eventos hemorrágicos del cerebro son producto de la ruptura de un vaso sanguíneo. Esta ruptura genera un episodio de sangrado dentro del tejido cerebral, con acumulación de sangre y formación de hematoma. La hipertensión arterial está relacionada con un 50-70 por ciento de todos los casos de hemorragia dentro del tejido cerebral. La hipertensión produce cambios degenerativos en la membrana de los vasos sanguíneos y actúa en la formación de microaneurismas en la pared de los vasos sanguíneos de pequeño calibre.

Los accidentes cerebrovasculares pueden ser previsibles al igual que los cardiovasculares. Siempre deben ser considerados como una urgencia médica.

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